Grumos el engrudo

Érase un apacible pueblo donde brillaba la concordia, la empatía florecía desde siglos atrás, Rousseau sería el hombre más feliz si hubiese descubierto tal maravilla donde se mostraba la bondad original del humano, al margen de la desastrosa presencia del inhumano descarriado por la sociedad ganada para el egoísmo.


Por desgracia el pueblo se fue envileciendo con el arribo de extranjeros que depredaron el idílico paraíso.

Se gestó el caciquismo, se instalaron autoridades ruines, fundaron una policía al servicio de ricos e influyentes, se abandonó el cultivo de plantas idiosincráticas (maíz) por cultivos perniciosos (mariguana), surgieron violentos y malignos grupos en disputa por el lucrativo negocio, hicieron su arribo autoridades que se autodenominan superiores, con nefastos intereses en su cartera, unos autodenominados estatales y otros federales, éstos acompañados de extraños violentos vestidos de verde y con el objetivo de aplacar a los cultivadores "ilegales" y a jóvenes iracundos en oposición a toda la podredumbre, que paulatinamente contribuyeron a exaltar el enfrentamiento violento que azotó al pueblo.

Poco a poco, como humedad que corroe, los habitantes se fueron mimetizando con la nueva realidad convirtiéndose en víctimas y, a la vez, en parte del malévolo entramado.

Cierto día, no muy lejano en el tiempo, los jóvenes iracundos, motivados por otros no tan jóvenes y más calculadores, se hicieron (de manera no muy legal) de medios de transporte para ir a recabar recursos y proseguir en su histórica lucha por el retorno al paraíso perdido. No se percataron de que subrepticiamente algunos de los malos (rojos) se sumaron con evidente perversa intención a su peregrinaje en búsqueda de sublimes metas. Corrió el rumor que hasta un verde camuflajeado de joven los acompañó.

Tan loable acción fue detectada por autoridades locales en contubernio con otros malos (unidos) que viendo moros con tranchetes dieron la orden: desháganse de la carroña. Así, desaparecieron de la faz de la tierra un nutrido grupo de jóvenes iracundos. Algunos de los viejos de la comarca aluden que privó la miopía en los locales, inundados de pánico, deseosos de venganza, como esquizofrénicos, vieron enemigos multiplicados y al acecho donde no existían.  

Al saberse la noticia, allende los límites del antiguo idílico lugar, se desató la tristeza, la indignación y el reclamo de justicia; una avalancha social con fuerza de tsunami.

SE REQUIEREN CULPABLES.

Todos los involucrados gritaron en su propio oído: de ésta hay que salvarse a como de lugar, en lenguaje politiquero "control de daños".

Los jóvenes iracundos endosaron a los atribulados padres de las víctimas la tarea de reclamar justicia, andanza en la que no han cesado, ellos prefieren el anonimato, mientras más lejos del reflector más mejor.

Los estatales se escondieron hasta donde les fue posible: " yo no estaba", "me sumo a la indignación", "no es mi jurisdicción", "hicimos las primeras capturas". Denos por muertos, por favor.

Los malos (rojos) hicieron mutis, corrieron tras bambalinas y se otorgaron año sabático.

Los federales no pudieron eludir el bulto, intentaron que el asunto quedase constreñido al ámbito del antiguo pueblo: fueron autoridades locales, su policía y sus compinches malos (unidos). Salvar al Jefe federal y al contingente verde del asunto. Alguien le llamó "La verdad histórica".

Los locales, su policía y sus malos compinches no lo pudieron eludir. "El implacable brazo de la justicia" cayó inmisericorde. Hasta cierto punto, algunos andan tan campantes por el mundo acusando a quien conviene acusar.

Para acabar de enredar las cosas surgieron, "nadie sabe de dónde", inconformes. Convencidos unos y aprovechados otros, decidieron que el designio fatal no podía venir más que del Jefe federal y los muchachos verdes. Levantaron el eslogan: Fue el Estado.

Años después, un aprovechado se convirtió en Jefe federal. Ahora si va a campear la verdad y la justicia.

El tiempo corría y no llegaba la satisfacción de ver a los verdaderos culpables pagando.

Solapadamente al principio y abiertamente después el neo Jefe se hizo uña y mugre de los muchachos de verde, confesó que cambio de opinión, dicen que es de sabios.

Un día de marras, los convencidos de que fue El Estado abrieron la puerta, que muchos esperaban, para que por ahí transitaran a la oscuridad desde el anterior Jefe hasta algunos verdes.

Y se armó la de San Quintín.

En eso andamos, unos empujando para abrir la puerta hacia la oscuridad, otros tirando para que se cierre.

Mientras el Neo Jefe se le hace grumos el engrudo.

Comentarios

  1. Será una alegoría de los 43? deberías escribir cuentos de ciencia ficción para que entienda el que quiera

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